domingo, 26 de junio de 2011

INDÍGNATE CONTIGO MISMO...

Ahora tan de moda.
¿Qué piden los indignados? Por lo que he entendido, el movimiento 15M pide un cambio de sistema. Pide que no haya recortes en sanidad y educación. Pide trabajo y salarios un poco más altos. Pide que los políticos hagan su trabajo sin aprovecharse de su situación privilegiada de poder y en pro del ciudadano y no del gran empresario. Pide que la economía gire entorno al bienestar -de todos, no de unos pocos- y no al antojo de bancos y multinacionales.

Entonces yo también soy indignado. Mediante diversas vías de influencia -televisión principalmente-, más que influir -algo que hacemos todos- nos han manipulado -algo que no hacemos todos-. La presión mediática ha empujado a la gran masa a comprar desmesuradamente comida, tecnología, coches, fármacos, pisos, etc. a la vez que desde la política se incitaba a ser partícipe del gran momento de desarrollo económico y los bancos facilitaban esa participación -a cambio de endeudarse por más de 30 años-.

De verdad, en este sentido soy indignado. Me uno a la indignación. Pido que esto cambie.
Sin embargo… ¿desde cuándo se puede pedir sin dar? ¿Qué da el indignado? Porque llevo semanas escuchando muchas propuestas de los cambios que se deberían hacer desde la política y la economía. Pero ¿qué va a cambiar el indignado? Me gustaría escuchar otro tipo de propuestas. ¿Soy un iluso?

Ya hace casi un año, sin que mi situación personal fuera alarmante -soy uno de los privilegiados que mantiene su trabajo- pero observando lo que estaba pasando y haciendo una dura autocrítica, me indigné conmigo mismo. Todo a raíz de un acto muy simple. Abrí mi armario dispuesto a hacer limpieza, pero fue mucho más que limpieza. Aquel fin de semana me deshice -en forma de donativo- de más del 80% de la ropa que guardaba y no usaba -para caerse la cara de vergüenza-, y desde entonces no he comprado ni una sola prenda de ropa más -todavía me sobra-. El resto de la historia está en este blog. Y continúa.

Estaba indignado conmigo mismo. Arrastrado por la marea de manera inconsciente, pero a la vez participando de manera muy activa, era un sobreconsumidor más. No entraré en detalle, pero mi consumo sobrepasaba en mucho mis “necesidades básicas” -entre comillas porque estaría bien concretar cuáles son; todo el mundo habla de ellas pero sigue siendo un concepto muy ambiguo-.

¿Tenemos derecho a pedir cambios? Sí, todos los que queramos; por pedir que no quede. Pero por desgracia, en la mayoría de ocasiones, el que sólo pide puede morir esperando…

Además, ¿para qué queremos cambios? ¿Para qué más trabajo, mejores sueldos, menos recortes, más ayudas,…? ¿Para seguir firmando hipotecas? ¿Para seguir comprando coche nuevo cada cinco años? ¿Para cambiar de móvil cada seis meses? ¿Para ir de vacaciones al Caribe? ¿Para acumular más dinero en la cuenta-ahorro del Santander? ¿Para dar un paseo cada fin de semana por un centro comercial? ¿Para visitar Zara una vez al mes?

Ese ritmo es caro de mantener, y muchos se han pillado los dedos. ¿Entonces qué? ¿Como los niños? ¿Tenemos que pillarnos con la misma puerta dos, tres, cien veces? Entonces llegan los recortes.

¡Ay los recortes! El primero que ha recortado en sanidad ha sido el ciudadano, abandonándose en el sedentarismo, comiendo un 30% más de lo que necesita -datos estadísticos de no sé dónde, pero se me quedó grabado- y automedicándose. El primero que ha recortado en educación y cultura ha sido el ciudadano, desautorizando al profesorado y provocando que los personajes más populares de España sean Belén Esteban y los componentes de “la Roja”.

Yo estoy indignado con el sistema y pido cambios a los de arriba. Pero a la vez estoy un poco indignado con el indignado, conmigo mismo, y pido cambios a los de abajo, a nosotros mismos.

Pido centros comerciales e hipermercados vacíos, a la vez que llenamos las tiendas y mercados de nuestro barrio. Pido minimizar el desplazamiento en coche, a la vez que potenciar la bicicleta o las propias piernas. Pido zumo y frutos secos en vez de cruasán y café con leche. Pido alquiler en vez de compra. Pido ejercicio diario en vez de sofá. Pido libros en vez de televisión. Pido abrazos en vez de mensajes por el WhatsApp.

Porque quien crea y manipula el sistema son los políticos, la banca y las multinacionales. Pero quien lo apoya, lo mantiene y lo retroalimenta es el ciudadano, el consumidor.

Estoy indignado conmigo mismo. No debo olvidar que soy el primer responsable -que no culpable- de todo esto. ¿Quién firma la hipoteca? ¿Quién bebe Coca-Cola? ¿Quién se queda embobado viendo pasar el último modelo del Audi A4? ¿Quién se pasa el día informándose de los últimos comentarios de Mourinho? ¿Quién va al médico a las primeras décimas de fiebre? ¿Quién marca el PIN de la tarjeta de crédito? ¿Quién se queda amodorrado en el sofá con la mochila del gimansio ya preparada? ¿Quién se infla a bollería barata para desayunar? ¿Quién sube los precios de los pisos?

Me indigno con los titiriteros del sistema, del teatrillo. Pero también me indigno conmigo mismo y apuesto por no ser nunca más títere de nadie. Corto los hilos.

¿Y tú? ¿Te atreves a indignarte contigo mismo? ¿Vas a dar, además de pedir? ¿Quieres cambiar el sistema realmente? Es decir, ¿vas a cambiar tú?



by Robert Sánchez.

viernes, 10 de junio de 2011

¿LO VES? YA TE LO HABÍA DICHO...

Venga, es momento de admitirlo. Todos hemos dicho como mínimo una vez en la vida: “¿Lo ves? Ya te lo había dicho”. Es más, hemos disfrutado al decirlo. Mala cosa

Aquí trato de simplificar mi vida, y una de las cosas que he aprendido es que no sólo tengo que trabajar sobre lo que sucede en mi entorno -de fuera hacia dentro-, sino también sobre mi impacto e influencia en el entorno -de dentro hacia fuera-. Si quiero una vida sencilla, también tengo que hacérsela más fácil a los demás. Todo lo que hago representa un viaje de ida y vuelta. En este caso, ante tal afirmación, me veo obligado a reflexionar desde dos puntos de vista:

1. Cuando me dicen “¿Lo ves? Ya te lo había dicho”
A ver, ya lo sé, ya me lo habías dicho. ¿Y qué?

Es muy común, sobre todo de niño/adolescente y a veces de adulto, tener como mínimo una persona alrededor -el papá, la mamá, el profe, el hermano mayor, el amigo, el jefe, etc.- que te esté avisando permanentemente de los “peligros de la vida” -uh, qué miedo-, acompañando su consejo con el posterior “ya te lo había dicho” siempre que te equivocas.

Siendo práctico. ¿De qué sirve añadir la coletilla? En el siguiente punto, el 2, entenderás mejor el porqué aplicar el siguiente consejo, cuando veas lo que estás haciendo al ser tú quien da la puntilla. De momento iré al grano.

Coge al personaje, teniendo en cuenta que seguramente no lo hace con mala intención y que te quiere muchísimo, y habla cariñosamente con él -o ella-. Siéntale y siéntate. Pídele por favor que no vuelva a hacerlo, por un motivo muy simple: no te ayuda en nada. Si lo que quiere es apoyarte después de un error o un fracaso, tiene infinidad de opciones mucho mejores que soltarte el “ya te lo había dicho”. Una vez se lo hayas pedido, si quieres le explicas lo que te explicaré yo ahora.
2. Cuando yo digo “¿Lo ves? Ya te lo había dicho”
¿Qué pretendo? Sí, puede ser que cuando alguien me pidió consejo -o no, entrometiéndome- yo acertara en mi predicción. Entonces, ¿me merezco una medalla? Vamos a ser sinceros y reconocer que alguna vez, aunque sea por un brevísimo instante, me he sentido orgulloso de poder decir “ya te lo había dicho”. Sin embargo, ¿me he parado a pensar qué ha sucedido para llegar a ese punto? Pues que probablemente quien me pidió consejo ha fracasado y no vive su mejor momento, aunque yo acertara.

¿Qué es más importante? ¿Auto-otorgarme el premio al vidente del año? ¿O tal vez ofrecer el apoyo que ahora necesita mi amigo, hermano, hijo,…? Es muy chulo ser un iluminado, acertar en las predicciones y que la gente te diga “es verdad, tenías razón”, con cara de resignación o incluso de sumisión. Y a ti se te hincha el ego.

Sin embargo, también es peligroso. Puedes sentir tanto placer que se puede convertir en un vicio tan grande y que desees con tanta fuerza que, al dar tus consejos de visionario, ya estés esperando el fracaso, para después volver a colgarte la chapita del “¿lo ves? Ya te lo había dicho”. Creeme, cuando alguien tiene la costumbre de decirlo, seguramente de manera inconsciente ya lo estaba pensando en el momento del consejo. Tú también. Yo también.

Al ofrecer mi consejo, antes del “ya te lo había dicho”, teóricamente mi intención es ayudar a aquella persona dándole mi opinión, contemplando una posibilidad que ella puede haber pasado por alto o complementando su información con mi experiencia. Y en todo momento debo limitarme a eso: aconsejar con sinceridad y esperar lo mejor para la otra persona, aunque vaya a hacer todo lo contrario de lo que yo haría. Nada más.

Bueno sí, algo más. Olvidarme del “ya te lo había dicho”. ¿Qué hacer con él?

Coge al personaje, es decir, a ti mismo, teniendo en cuenta que seguramente no lo haces con mala intención, y habla cariñosamente contigo mismo. Siéntate. Pídete por favor “no vuelvas a hacerlo”, por un motivo muy simple: no ayudas en nada. Si lo que quieres es apoyar a alguien después de un error o un fracaso, tienes infinidad de opciones mucho mejores que soltarle el “ya te lo había dicho”.

Al hacerlo, además de actuar de manera egoísta con tal de sentirte el más sabio y que el mundo así te reconozca, lo único que haces es hundir más a la otra persona, provocando su arrepentimiento, alimentando aún más sus miedos y dudas y limitando sus posibilidades de éxito de cara al futuro, cuando en realidad arriesgarse fue lo mejor que hizo, aunque fuera para equivocarse, fracasar y aprender.

Y sobre todo, durante tus consejos ni pensar en el posible futuro “ya te lo había dicho”. Con tus pensamientos estás visualizando e influyendo directamente sobre el futuro de aquella persona, así que si le tienes algo de estima deséale siempre lo mejor, pero sin decidir qué es lo mejor. Eso lo decidirá la vida, no tú.

by Robert Sánchez.

viernes, 3 de junio de 2011

¿ ESPERANDO LA ESTABILIDAD ?

Me ha costado aprenderlo. Durante mucho tiempo venía haciendo lo que hacen la mayoría: esperar la estabilidad.

No sé quién sería el primero. No sé de quién sería la fabulosa idea de empezar a difundirlo. No sé qué intereses puede haber detrás de esta creencia, como todas, limitadora. Fuera quien fuese se lució. Sin embargo, tampoco es que sea trascendental conocer el origen, ya que desprenderse de ella depende de un acto sencillo pero contundente: arrancarla de raíz.

Dicho y hecho. La estabilidad no existe. Es necesario dejar atrás las excusas del tipo:

•Nos iremos a vivir juntos cuando estabilicemos nuestra relación, no antes de un par de años.
•Lanzaremos el producto cuando se estabilice el mercado.
•Empezaré a hacer ejercicio después de las vacaciones de verano, cuando vuelva a la estabilidad de horarios y la rutina.
•Tendremos un hijo cuando Juanito encuentre un trabajo estable.
Con el tiempo he descubierto que si condicionas tus decisiones y posteriores acciones a la esperanza de encontrar la estabilidad, a la vez que estás cerrando la puerta de la espontaneidad y la oportunidad, estás encaminando tu vida hacia una calle sin salida. Bueno, más bien hacia una doble no-salida:
1.Esperar, esperar y esperar. La estabilidad nunca llega. Tus ilusiones se van perdiendo y tus ganas se van desgastando. El momento oportuno pasa de largo. La vida se convierte en una rutina ahora sí, estable, pero además estática, cuando por naturaleza eres un ser dinámico. Negando tu naturaleza, acabas por ser infeliz.
2.Esperar, esperar y… la estabilidad llega. El trabajo de tu vida, la mujer de tu vida, el proyecto de tu vida, el sueldo de tu vida, etc. Es el momento de iniciar aquello que llevas tiempo esperando hacer, de hacer realidad tus sueños. Todo está seguro, bajo control, y… ¡pam! Una enfermedad, un mal momento, un familiar o amigo que requiere de tu dedicación y tiempo, una decisión de alguien externo que imposibilita tus intenciones, un accidente, alguien que tuvo la misma idea que tú y se adelantó, etc. Vaya hombre, ahora que tu vida es de lo más estable y todos tus planes y sueños se quedan colgados.
¿Por qué esperar? Que mejor momento que el ahora para empezar cualquier proyecto o actividad, sea personal o profesional -que son lo mismo-. Si has tomado una decisión hoy es porque la vida te ha empujado a tomarla hoy para llevarla a cabo hoy. Si esperas demasiado a ponerte manos a la obra, la idea original se difuminará, junto con el entusiasmo y la energía del momento de su concepción.

¿A qué esperar? ¿A la estabilidad? ¿Qué estabilidad? Mira a tu alrededor. Gran parte de lo que pasa a tu alrededor no depende de ti ni de una única figura. Es la combinación de triillones de movimientos, de acciones. ¿De verdad crees que en algún momento el tiempo y el espacio se detendrán para darte estabilidad? ¿En serio te crees tan inteligente de detectar cuál será ese momento? ¿Tanto control pretendes ejercer en lo que te rodea? ¿No ves que no llegas, que es imposible?

Nuevamente eres esclavo del miedo a no tener el control, cuando el control absoluto no lo tendrás jamás. Es más, en realidad tu poder de control es infinitamente más limitado que la supremacía de la dueña del universo: la incertidumbre. No tienes salida, o más bien sólo existe una: aceptar el descontrol.

Claro que no te tirarás de cabeza a la piscina sin haber comprobado antes si hay agua, si la profundidad es segura y si no está llena de pirañas Pero tampoco esperes a que el agua tenga una temperatura de 23,58º, el pH sea de 5.5 y no haya ni una mínima ondulación en la superficie de la piscina. Es muy probable que una pequeña brisa provoque una oscilación y a la vez refresque el agua 0,01º. ¡No me digas que entonces no te tirarías igualmente a la piscina!

No esperes más. Ponte en marcha y dale un voto de confianza a tu intuición. Si una idea ha surgido hoy es por algo, y ya sabes que la decisión está tomada desde incluso antes de que la pensaras, aunque estés postergando la acción. Estudia la situación, prepara el escenario y cuando todo esté listo, lánzate y sal a actuar.

Olvídate de la estabilidad. Es el enemigo al que nunca podrás hacer frente, por el simple motivo de que no existe. Es irreal. Su único objetivo es frenarte, limitarte, encerrarte en el miedo y la duda. Destiérrala, arriésgate y, lo más importante, ¡vive!

(Robert Sánchez)

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