Hay ocasiones en que Dios te regala lo que la propia naturaleza no pudo ofrecerte entre sus dones. Mi sentido musical puede brillar por su ausencia, pero cuando consigues conjugar a treinta voces y entonan con tanto gusto buenas melodías te devuelven al instante a tu infancia. Y ese momento comienza a ser eterno, infinito, casi te compensa media vida desafinada y sin oído.
La excusa era el concurso, el hecho de mandar pocas tareas la motivación externa para mover los hilos. La esencia aprender canciones, para honrar con elegancia a la Señora.
Al final todo salió mejor de lo previsto.
Desde que comenzó Nena Daconte a entusiasmar a aquellos locos bajitos todo estaba entre mis planes, salvo la sorpresa de sentirme como otro de esos niños.
Es difícil explicar lo que transmitían esas voces conjuntadas con esfuerzo, ilusión pueril y tanto cariño. Es increíble y paradójico aprender a diario tanto de ellos, cuando tú se supone que eres quien les enseñas y te dicen "mi maestro".
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